jueves, 24 de enero de 2008

Días negros de una nueva madre

Los cuatro meses de adaptación a mi condición de nueva madre y mis limitaciones alimenticias impactaron mi vida de una forma que aveces no quiero recordar. Sin embargo, hoy recapitulo esa parte importante de toda esta experiencia porque simplemente lo pasé, pasa y quiero exhibirlo en mi vitrina de maternidad. Creo que hay cosas que hay que animarse a decir abiertamente, sin vergüenza, con la cabeza en alto y con la esperanza que llegue a alguien que pueda estar en necesidad de escuchar una historia como esta.

Yo estaba harta de mi dieta. La deprivación de sueño me estaba destruyendo emocionalmente, me sentía agotada, baje muchísimo de peso, no tenía apetito, estaba muy irritable, lloraba constantemente, andaba siempre de mal genio y tenía muy poca paciencia con todo. Me entristecía mucho no ser la madre feliz que se ven en los libros de maternidad y cada vez que acontecía algo que me recordaba fuertemente que mi bebé tenía alergias me daban ganas de abrir la puerta y salir corriendo. En esos momentos me preguntaba constantemente: ¿What is wrong with me? o ¿definitamente, se me han cruzado los cables? como dirían en mi barrio limeño.

Ésos fueron los días más negros. Sin embargo, gracias a las eventualidades de la vida, me tocó tener cerca a mi amiga "arroz, pollo y avena" que siempre me contestaba esa pregunta torturadora. La respuesta era conocida en una mujer postparto: las hormonas. Sí, claro. Lo leí, me lo advirtieron, lo entiendo. Pero en mi caso, las bailarinas hormonas postparto en combinación con la indeseable situación alimenticia en la me encontraba no estaban produciento la química que necesitaba para no pensar que se me estaban aflojando los tornillos. Pero, las tempestades pasan como predican algunos.

Todavía añoro aquellos paseos al lado del Charles River, las reuniones casuales en el salón de las lavadoras, los días de tesitos, todos momentos de charlas muy francas y libres de culpa que compartí con "arroz, pollo y avena" y otras amigas muy sinceras. Con 'libres de culpa' quiero decir que fui capaz de vocalizar abiertamente mis sentimientos de infelicidad sin sentir remordimiento por no ser la madre feliz y sonriente que se suponía que debía ser. Esas sesiones casi psicológicas siempre me ponían de mejor humor. Hacían que vuelva a casa contenta y pueda mostrarle a mi compañero del alma que su esposa aún estaba ahí, dentro de aquel cuerpo flaco y emocionalmente impredecible. Le contaba animosa lo que dije y me dijeron y terminabamos siempre riéndonos de algún infaltable chiste que él siempre se las arreglaba para improvisar al respecto. Como cada día siempre estaba él, sosteniéndome para no caer y queriéndome en mis malas como prometió cuando se casó conmigo.

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