miércoles, 30 de enero de 2008

¡Infeliz año nuevo!

Rocío cumplió su primer año en diciembre del 2007. El control de su dieta y la supér leche tuvieron un efecto increíble en ella. Rocío alcanzó un peso aceptable, disfrutaba sus ya más variadas comidas, hizo una rutina ordenada de siesta y no tuvo ningún episodio intestinal fuera de lo común y ordinario. Todo era felicidad hasta que llegó, trepado en las corrientes del viento veraniego, una indeseable visita, un virus intestinal.

Nuevamente, vimos diarrea, mucosidad y algo que no estabamos seguros pero que parecía ser sangre en el pañal de la bebé. Corrimos al médico. Todo era muy extraño. Habíamos sido tan cuidadosos con la dieta de la bebé ¿Cómo es posible que esté pasando esto otra vez? Nos preguntabamos. La pediatra de Rocío no estaba en Santiago así que nos tocó ver a otro pediatra que, gracias a la modernidad de las clínicas ahora, cuando llegamos a su oficina ya tenía la historia de Rocío en su pantalla del computador y estaba al tanto de sus alergias. Después de escucharnos y de examinar a Rocío nos dijo que esto no parecía ser una reacción alérgica y que era un virus intestinal, de estos que andan por los aires santiaguinos en el verano. Nos dijo que debería pasar en unos cinco días. Era 31 de diciembre y pasamos la noche vieja cambiando pañales indecentes y deseando que la temperatura de la bebé se mantenga dentro de lo normal.

Durante este episodio, Rocío nunca levantó temperatura y no perdió el apetito, pero las diarreas no paraban. Ya había pasado más de una semana y la situación empezó a no dejarnos dormir de la preocupación. Llevamos a la bebé a su pediatra de siempre, que ya estaba de vuelta y después de varios análisis de rigor, nos dijo que lo que empezó con un virus intestinal, como nos diagnosticó su colega, se transformó en una reacción alérgica a algo que ella estaba comiendo en esos momentos. Esto suele pasar, nos contó y nos advirtió que la próxima vez que la bebé se pesque uno de estos viruses, la dejemos solamente a papa y arroz.

Nos pusimos en una campaña de descarte de los alimentos que le dábamos a Rocío y finalmente descubrimos que lo que estaba irritando el intestino de la bebé en esos momentos eran las carnes de vaca y de pollo, sus alimentos favoritos. Con mucha pena pero para su bien, tuvimos que eliminar estos preciados alimentos de su dieta. Después de una semana, cuando la diarrea paró, empezamos a dar carne de cerdo a Rocío, con muy buen resultado. Cuando Rocío vió los pedacitos del dorado cerdo a la plancha en su mesita de comida ella sonrió emocionada y movió sus brazos frenéticamente como si estuviese levantando vuelo.

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